TOCA REHABILITAR, ¿SABREMOS HACERLO BIEN?
Artículo de opinión de Edorta Mujika. Arquitecto. Gerente del COAVN/Álava.
Más del 50% de nuestra riqueza acumulada reside en los edificios. Se levantaron para resolver necesidades de vivienda y para ser el soporte de industrias, comercios y servicios de toda índole; pero además son capaces de conservar su valor económico en el tiempo, a diferencia del resto de bienes de consumo. Esto es aplicable a la mayoría de las familias: la vivienda es el único bien que mantiene su valor -o una parte importante del mismo-, mientras el resto de objetos, incluido el automóvil, lo pierden en pocos años, por muy caros que sean en el momento de la compra.
Reflexionar sobre ello conduciría a tomarnos en serio la conservación de nuestros inmuebles, considerando los trabajos de reparación y puesta al día no como un gasto más; sino como una inversión que además de mejorar nuestra calidad de vida, contribuye a mantener nuestra riqueza. Las instituciones, por su parte, fomentarían esta actitud: agilizando las licencias, rebajando los impuestos, y potenciando las sociedades públicas de gestión del patrimonio; conscientes de la complejidad -y de la oportunidad- de trabajar en entornos habitados. Por desgracia, tanto en Vitoria-Gasteiz como en Álava, la dinámica de los últimos años ha sido la opuesta.
Por una parte, la crisis de hace una década sirvió para que la Administración
se replegara sobre sí misma, con objeto de eludir el grave impacto que sí
sufrió el resto de la sociedad. Aumentaron los impuestos (desde el IVA hasta
las licencias de obra municipales), y quedó cancelada toda actividad que
tuviera que ver con la gestión de la rehabilitación. Los cierres de Arabarri a
nivel provincial, y de la Agencia de Revitalización del Casco Histórico en
Vitoria-Gasteiz, evidenciaron la falta de consideración de nuestros políticos
hacia el campo de la regeneración urbana, mostrando una miopía preocupante.
Por otro lado, el comportamiento de los ciudadanos al acometer una obra se ha ido basando, de forma cada vez más acusada, en la búsqueda del precio más bajo, en detrimento de la calidad, perdiendo la oportunidad de recurrir a profesionales solventes y no distinguiendo una inversión de un gasto. Se considera al ámbito de la construcción como demasiado costoso, desde los arquitectos hasta los albañiles, pasando por el resto de técnicos, empresas constructoras, y gremios que participan en la construcción. Esta percepción resulta paradójica, por no decir hipócrita, ya que muy pocas personas aspiran a trabajar en el sector, conscientes de sus duras condiciones laborales y retributivas.
El resultado de esta doble realidad ha sido el esperado: la mayoría de empresas alavesas que, tras décadas de trayectoria, consiguieron destacar por su calidad en los diferentes oficios de la edificación, han cerrado en los últimos años, en lo que supone una pérdida irreemplazable de conocimiento y de capacidad empresarial. Las pocas que han resistido, lo han hecho de forma precaria, reduciendo sus estructuras al mínimo para poder sobrevivir.
Es en esta situación cuando llega, con fuerza y sin planificación, el nuevo mensaje: toca rehabilitar los edificios. Europa ha decidido que es una apuesta estratégica tras la crisis del COVID, y que debemos aplicar unos estándares de calidad propios de países con un entramado empresarial sólido y con una arraigada cultura de la excelencia en la construcción. Por lo explicado, no es nuestro caso.
Me pregunto si hemos aprendido la lección. Si hemos entendido que una sociedad avanzada no puede dejar que todo un tejido empresarial como el de la construcción se descomponga. Si, por una vez, reduciremos el gasto en burocracia para poder invertir en los profesionales que realmente aportan valor a los procesos de rehabilitación. Si seremos capaces de reactivar Arabarri y ARICH, aprovechando el conocimiento de las personas que los lideraron; y evitando gestiones fallidas como la realizada en el barrio de Coronación por VISESA, que a pesar de ello ha absorbido para sí buena parte de las ayudas europeas que por tanto no han ido a parar a la ejecución de las obras.
Pero sobre todo, me pregunto si estamos a tiempo de recomponer lo roto, de consolidar políticas de rehabilitación estables, sin depender de ayudas económicas externas que nos condenan a ciclos económicos imposibles. Si los jóvenes arquitectos alaveses, extraordinariamente formados, podrán desarrollar su profesión sin tener que emigrar. Si los nuevos hábitos de consumo sabrán diferenciar entre inversión y gasto. Si de este modo propiciaremos la creación de un tejido empresarial dedicado a la edificación y la rehabilitación que apueste por la excelencia, que resista bien las crisis. Y si entenderemos que la regeneración urbana será siempre necesaria, ya que constituye la esencia misma de cualquier población.
En definitiva, si perderemos otra década, o si sabremos hacerlo bien.
Oct. 20 2021